El aroma de un caldo hecho a fuego lento es uno de los olores que me retrotrae a la infancia. Mi abuela siempre tenía una olla de caldo de pollo haciendo «chup chup» en la cocina. Y no es de extrañar que en las cocinas profesionales una de las primeras tareas del día sea poner en marcha los caldos, (fondos en el argot cocinero), que se usarán en el servcio del día. La industria nos acostumbró durante el pasado siglo a usar sus caldos en «cubitos», pero estos no son para nada aconsejables. Por un lado tienen muchísma sal y por otro, no aportanan nungún nutriente a nuestra alimentación. En nuestras cocinas de casa podemos tener una serie de caldos preparados para su uso, congelados o en un bote en la nevera y aprovechar los beneficios de estos productos caseros.
Hay muchos caldos, pero esencialmente hay 3 tipos: de pollo y/o de carne, de pescado y de verduras. Además hay un caldo que específicamenete se puede usar como alimento medicinal que es el llamado caldo de huesos. Con estos caldos añadimos valor a nuestros guisos y las sopas pasan a ser verdaderas delicias a las que nadie puede negarse.
Las cremas de verduras aportan las cualidades de las verduras con las que están preparadas, ademas de ser una exquisitez. Se les pueden añadir grasas como la nata, la leche o crema de coco o simplemete AOVE y tropezones. Siempre es mejor que sean caseras y que las verduras no estén excesivamente cocidas para que pierdan el mínimo de propiedades, aunque la mayoría se quedarán en el caldo y éste lo usaremos para la misma crema.